
O te hunde mas de lo que estas, y la depresión se transforma en fastidio y mal humor, o te obliga a reponerte, agarrar tu mochila e irte. Perturbado. Con una estupida felicidad, que solo se debe a que te fuiste. Esa alegría tan torpe, que desaparece en el mismo momento en el que te enfrentaste a el primer obstáculo, ya sea que perdiste el ómnibus, o que se embarro el pantalón.
En mi casa nunca podes desarrollarla, superarla, sacar un provecho de ella, darle un broche de oro.
Y mucho menos tener ese momento post-depresión, ese que dura apenas unos minutos, en el que queres hacer de todo, ordenar todo, tirar lo que no usas, organizar la ropa por estación, pintar las paredes de colores alegres, escuchar música, leer un libro y ser voluntario de la cruz roja. Esos minutos nunca llegan a existir.
En mi casa somos cinco y no alcanzan los enchufes.
Sin embargo, me olvido. Y cuando estoy pasando mal en otro lado, deseo estar en mi casa. Me olvido.
Me olvido que no podes llorar a gritos ni reírte a carcajadas. Me olvido que no podes pretender ni silencio ni alboroto.
Y sin embargo la sigo llamando mi casa.
No hay ningún lugar mió ahí adentro, no se parece a mí. Con el lugar que mejor me llevo, es con el baño. He pasado horas y horas en el baño. Música, cigarrillos, estufa (o ventilador), muchas indicaciones, precauciones y modos de uso para leer, mucho silencio y mucha libertad.
Obviamente que tampoco es siempre, porque de dia se escucha la tele y todos los sonidos del living, constantemente poblado, y de noche puede que mi padre haya dejado la radio del taller prendida, que en el silencio y con la especial acústica de mi baño, invade tu mente por completo.
Mi padre se olvida muy seguido de apagar la radio.
A el no le gusta apagar o cerrar las cosas, el no cree que eso sea importante o merezca la pena.
Se olvida de apagar la radio, trancar el auto, cerrar la puerta y tapar la Coca.
En mi casa siempre hay Coca. Nunca hay agua. A veces hay Pepsi.
Nunca hay agua porque a mi madre no le gusta, y si a ella no le gusta, tarde o temprano a nosotros nos va a dejar de gustar, y sino, nos vamos a acostumbrar a que falte, a que sobre o a que esta bien. O a que esta mal.
Ella es así. A no ser que se trate de mí hermano. Ahí lo real se vuelve subjetivo, los límites se corren y las cosas no son siempre tan absolutas. Hay matices.
Comparto el cuarto con mi hermano. Comparto es una forma de decir.
Mi hermano no sabe compartir, sabe beneficiarse de una situación, a corto o largo plazo. Tiene muy pocas buenas acciones, y por lo general son inversiones.
A mí siempre me engaña.
Soy el que más lo conoce, y el que máscae en sus trampas.
Mi cuarto es mi cuarto cuando el no esta, cuando el esta, mi cuarto es el cuarto de mi hermana.
La invado.
Pero ella me entiende y se la banca.
Se enoja a veces.
Pero me entiende y se la banca. Ella entiende todo. Siempre entendió todo.
Desde chiquita.
Somos muy parecidos, y a veces eso es un problema. Porque estamos de mal humor a la misma vez, queremos usar la computadora en el mismo momento, o ninguno se quiere parar a subir el volumen de la tele.
Porque los dos estamos cansados.
Pero ninguno de los dos escucha bien.
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